24 de abril de 2009

Un día ordinario de mi vida.

Suena el despertador, lo apago, total en 5 min. me levanto.
A la hora, me despierto exaltada, me visto con lo que tengo a mano, prendo la t.v. así miro el tiempo (lo más ínutil que uno puede hacer), me lavo y pido un remis para no llegar más tarde, reniego por haber tenido que gastar 6 pesos (en contra a $1.10 que sale el boleto del colectivo), mi viejo me da dos mates, y me subo al remis. Llego a la estación, saco boleto. Viene el tren. Veo nada de espacio entre las personas, índice que voy a viajar como el culo. Me meten, entro, viajo apretada como un matambre, hombro a hombro, espalda a espalda, cara a cara, en fin, apretada. A los 20 min. de viaje, ya me duele la cintura que no doy más. Y falta la mitad del viaje. Llego a mi destino. Otro medio de trasporte eficaz y cómodo. Subte. Sigo apretada unos 30 min. más. Camino hacia mi trabajo rápido. Estoy llegando tarde, estoy abriendo y me llama mi jefe, "estoy en la puerta" le digo. Responde "ah, te llamaba para avisar que llego en dos horas".
Jornada de 9 hs de trabajo, con 1 hora de almuerzo. (Digamos de 30 a 40 min. como mucho).
Una hora antes de salir, mi jefe me pide unas cuantas cosas. Tenía clase de danza apenas salía de trabajar. Me angustio. Termino mi trabajo enojada, salgo 40 min. más tarde. La clase de danza terminaba en 20 min. Me angustio más. Es algo que me hace feliz, que espero todos los viernes, una vez por semana, una hora por semana, y no lo pude hacer.

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